COVID 19 ENTRA EN MI FAMILIA

“Pero ¿quién le ha dado el permiso a este ‘señor coronavirus’ de quitarme la vida, AHORA?” Así exclamó muy preocupada mi hermana sor Dalmazia cuando se dio cuenta que el peligro se acercaba. Es la mayor de los 5, lamentablemente con Giuseppe y Giovannino que ya están en el cielo. Tiene 85 años, 50 de ellos en África como misionera. Estaba en su convento en Turín cuando las hermanas tuvieron que marcar al número 118 para llamar a la ambulancia. Con estos tiempos modernos, como estamos en el mundo dispersos, nos hemos unido vía WhatsApp como grupo Colombo. Y la línea se convirtió incandescente durante un mes.
Viernes 20 – Salta la alarma roja justamente desde Turín. Es ella misma quien escribe: “¡Estoy muy mal, espero la ambulancia, tengo malos síntomas!”. “Llegó, me llevan al Hospital “Maria Vittoria”… estoy en emergencia… somos muchos, tengo miedo, espero el hisopado…” Mis hermanas Rosy, Ermanna y yo, entramos en pánico y menos mal que existe el celular (pensar que yo lo había rechazado durante años).
"Me hicieron la prueba, estoy muy enferma... me pusieron la intravenosa y la cortisona en la vena, ahora es de noche". Aquí en Perú aún no, pero me doy cuenta de que estoy llorando sin parar, sigo llamando a las hermanas, alterado.
Sábado 21 - “Siempre en emergencia, siempre con cortisona. Me siento renacer. Estoy en en Lazzaretto como en los tiempos del cólera, una experiencia única, espero poder contarla ". Crece el miedo en todos nosotros.


Domingo 22 – “Aquí vienen con el resultado: ¡¡¡soy POSITIVA!!! Me llevan a ZONA ROJA... escalofrío, consternación, miedo... me calmo un poco... Rezo, ahora miedo y sabiduría..." Nadie está con ella, es sola, buscamos contactos, afanosamente. "Estoy aquí, comienzan un ciclo de medicinas con cloro quina (como para mi malaria en África). Estoy serena, siento paz en el corazón, aquí todos nos rodean de atención y ternura. Antonio, espero lograrlo". Hoy aquí en Perú el toque de queda, pero yo puedo caminar hasta la Catedral para la Misa con el Obispo que inmediatamente nota mis ojos sonrojados por el llanto. Con él, con los pocos presentes en la Iglesia y todos los que nos siguen con Cable Color rezamos tanto por hermana Dalmazia, que hace dos años vino aquí por mí seriamente enfermo y operado del corazón. Lunes 23 - Se quedó sin celular, batería descargada, pero un amigo, no sabemos cómo, logró hacerlo recargar. " No tengo fiebre desde ayer, acaban de terminar el ciclo de cloro quina. Siempre en la zona roja, cuantos que sufren yo soy la más anciana". Cada hora que pasa es una hora más de vida y temblor para nosotros. ¿Cómo terminará esto? Hacia la noche, siempre ella escribe: " Estoy fuera de la Zona Roja, me llevan a otro lugar... ambulancia... oh, estoy en una habitación de una clínica Humanitas , parece que estoy fuera de peligro, no necesité el ventilador mecánico... Buenas noches ".
Martes 24 – “Dios es grande, el amor ganó. Tengo poca fuerza, no tengo fiebre, es larga, es pesado, pero recibo muchos mensajes, un milagro de afectos". Obispos y un Cardenal amigo la bendicen desde lejos, saben que tiene una fibra fuerte.
Miércoles 25 – "Sin fiebre, son muy buenos en esta clínica, pero se necesita paciencia infinita". Primeras aperturas: la sobrina Giò puede contactar con la doctora de la clínica que alimenta esperanza; con poco aliento Dalmazia misma habla por teléfono con Ermanna, muy brevemente.
Jueves 26 – “Sin fiebre, sin tos tengo apetito... me siento bien". Aquí sus mensajes me llegan en la noche, me despiertan y luego me vuelvo a dormir. Esta noche mi celular sigue enviando señales y señales, me despierto de sobresalto. ¿Qué pasó? Aquí está el porqué: " Antonio, estoy en casa, en mi convento, en mi habitación, aleluya. Después del almuerzo llegó el médico explicando que los análisis son buenos, el Covid fue bloqueado, puedes quedarte en casa a hacer tu cuarentena. Te mantendremos bajo control. Estoy aquí, qué bonito ". A mí me parece demasiado bueno, pido una prueba, una foto como Santo Tomás. Desde la cama se toma una foto con el Crucifijo colgado de la pared de enfrente. Está borrosa, pero real. Lo logró, está con nosotros!
Tres semanas de cuarentena, tres fumigaciones en la habitación y en el convento, tres hisopados todos negativos: realmente ganó.
Una amiga del Vaticano insiste en que haga su testimonio nada menos que justo después de la Misa del Papa en la TV 2000, televisión católica italiana.
No retrocede. Busquen en internet el diario del Papa del 5 de mayo de 2020, TV 2000 y lean aquí como vivió un mes con el coronavirus 19, mejorando la amistad con Jesús y con el prójimo.

Dalmazia a la TV 2000

El Diario del Papa Francisco, 5 de mayo

Papa Francisco: Oremos hoy por los difuntos que murieron por la pandemia. Murieron solos, murieron sin la caricia de sus seres queridos, muchos de ellos ni con la misa y compañía de su funeral. Que el Señor los reciba en la gloria.
Presentador: Buenas noches y bienvenidos al "Diario del Papa Francisco" acabamos de escuchar, el Papa esta mañana ha vuelto a rezar por los que murieron de coronavirus y murieron solos sin ni siquiera un funeral. De hecho, uno de los aspectos más tristes y dramáticos del tiempo que estamos viviendo. Me gustaría hablar con una persona que ha visto de cerca estas experiencias y por eso saludo; vía comunicación telefónica; con nosotros la hermana Dalmazia Colombo, Misionera de la Consolata. Hola hermana Dalmazia.
Hermana Dalmazia: Hola, hola.
Presentador: En primer lugar, "¡Felicidades!" porque este es tu primer día de trabajo después de tu recuperación del coronavirus. ¿Es verdad?
Hermana Dalmazia: Sí, el domingo tuve la segunda confirmación negativa.
Presentador: Y hoy has vuelto poco a poco a trabajar. Hermana Dalmazia: Lo he intentado.
Presentador: Quiero presentarte; a quien también nos escucha; diciendo algunos números: me refiero a tus 85 años, los 62 años de misión y casi 50 en Mozambique donde fuiste enfermera, obstetra.
Hermana Dalmazia: También entre otras cosas, enfermera. Sí, sí.
Presentador: Entonces eres una persona que estaba acostumbrada a asistir a hospitales. Gracias a Dios frecuentabas mucho los hospitales maternos.
Hermana Dalmazia: Conozco su idioma. Presentador: Y ahora has estado desde hace unos días al fin de salir de esta experiencia de hospital. Me gustaría preguntarte, ¿qué percepción tuviste? Fuiste hospitalizada en Turín junto a muchas otras personas, muchas soledades. A ti te fue bien y otros que estaban internados contigo, están muertos. ¿Qué percepciones tuviste en esta muerte solitaria de este dolor, de este sufrimiento en soledad?

Hermana Dalmazia: El primer sufrimiento que se ve en la cara de todos es el miedo. El miedo a la muerte eso yo lo sentí. Lo sentí antes de entrar al hospital. Dije: "¿Qué derecho tiene este 'señor coronavirus' a quitarme la vida ahora?". Entonces ¿cómo se puede morir? ¡Aún no estoy lista! Sudaba mucho y me asusté. Luego tuve una gracia, escuché en TV 2000 una lección del cardenal Gianfranco Ravasi, que hablaba del miedo que mata, que paraliza, que hace irracionales y decía en lugar de tener miedo, que lleva a la sabiduría a diferencia del miedo. Entonces me ayudó tanto esta palabra del cardenal, este "principio de sabiduría", y me acompañó en las etapas siguientes.
Presentador: Pero tú ¿Te has sentido sola?
Hermana Dalmazia: ¿Sola? ¿dónde?
Presentador: En el hospital
Hermana Dalmazia: Eh! Sí, estaba sola. Los médicos empiezan a entrar con máscaras, etc., pero luego te quedas sola. Sólo después, con ese miedo yo empecé a mirar a los demás. La sabiduría es algo que entró en el corazón que me abrió a la esperanza. Yo pensaba que podía volver a casa después del primer hisopado, como cualquiera que estaba mejor que yo. Luego vi que me curaban, me pusieron la intravenosa, hicieron cortisona. Y, los otros enfermos y yo esperábamos. Todos éramos diferentes en esa condición.
Presentador: Pero ¿cómo te ha cambiado, te ha marcado esta experiencia?
Hermana Dalmazia: Incluso en la relación con Dios ha pasado algo extraño que ahora me parece que entre Jesús y yo, se han caído muchas barreras. Dentro de mí hay una nueva libertad. No sé cómo decir.... una apertura hacia los demás, una confianza.
Presentador: Sabes que me impresiona tanto lo que estás diciendo. Hermana Dalmazia: Una liberación de muchas cosas inútiles.
Presentador: Disculpa. No entendí lo que dijiste al final.
Hermana Dalmazia: ... con Dios es como se ha caído el lastre y ha quedado lo esencial. Me siento cerca de los otros enfermos como si estuviesen aquí. En algún momento empecé a ver el dolor de los demás, el asombro, el miedo mientras estaba entre ellos y siempre era la mayor. El temor muestra verdaderamente la realidad. Yo pensé antes de esta experiencia: "Son los ancianos los que mueren". Yo era la mayor y estaba mejor que muchos otros que eran jóvenes, gente activa. En la última sala, había dos doctores, había un cantante esperando el diagnóstico y luego en el último momento llegaron dos parejas, mucho más jóvenes que yo. Gente tan llena de vida y con ese miedo en los ojos.
Presentador: Gracias hermana Dalmazia. Te espero en el estudio pronto y para celebrarte.
Presentador: Gracias, gracias. Me impresionó mucho lo que dijo la hermana Dalmazia. Porque dijo en su experiencia lo que el Papa dijo hoy en Santa Marta porque el Papa contando, comentando el Evangelio del día, los judíos que insisten y dicen: “Jesús, pero dices si ¿realmente eres el Mesías? ¿Cristo? y Jesús dice: "Yo se los he dicho, han visto mis obras. Pero no creen".
Presentador: El Papa ha dicho que nosotros tampoco conocemos a Jesús y hay cosas que nos impiden. Me impresionó porque también la hermana Dalmazia después de 60 años de profesión, de fe y 50 años de misión dijo: "Yo ahora, después de esta experiencia del coronavirus, siento que se han caído barreras entre Dios y yo".

Caminada en la ciudad desierta

Hoy soy el único que camina hacia la Catedral en estos domingos extraños del coronavirus que nos cambia el ritmo de vida y también el ritmo de la fe, con las Iglesias cerradas. El diablo le dice a Dios: "Aquí ha sido suficiente un pequeño virus para cerrar tus iglesias".
Dios responde: " ¡Pero ahora cada casa se ha convertido en una iglesia, gracias a internet!" Con el lema: "me quedo en casa" por toda la semana celebro Misa en mi altar personal, pero el domingo es domingo y se tiene que ir a la Misa solemne en la Catedral. Hoy es el octavo domingo de cuarentena y tengo que salir bien vestido con mascarilla, guantes especiales, lentes de sol, sombrero en la cabeza y una corona del Rosario en la mano. ¿Estoy irreconocible? ¡Veremos! Será una caminata de 20 minutos, tiempo para decir el Rosario. El parque Divino Maestro está sin niños, la hierba crece. El Hospital Regional está cerrado para los enfermos comunes y también para mí que soy el capellán, pero por la edad (no lo digo, nacido en 1940) estoy declarado como uno de los en alto riesgo. Pero nadie me impide dar un vistazo dentro y saludar a través de la reja a los guardias de la cárcel de Carquín. Estoy ahí porque dentro hay algunos presos por el coronavirus. Un guardia toma atención diciendo: "Buenos días padre, denos una bendición". Por qué no, nos conocemos desde hace tiempo.
Sus amigos internos están más o menos, pero en la noche en la carpa covid un paciente murió. Al mismo tiempo se siente desde arriba el zumbido de un helicóptero que ciertamente bajará para dejar a alguien súper grave.< br> Camino y rezo, nadie puede circular hoy, no hay necesidad de estar en la vereda. Todos en casa, aunque sea el Día de la Madre. Pero veo que hay una reja en el vestíbulo de una casa y un hombre que está preparando algo. Debe haber oído mis pasos, me reconoce e inmediatamente dice: "Padre, padre, espere un momento". Entra a la casa y aquí aparece la esposa, dos hijos y la abuela. Donde va padre, una bendición es el día de la madre... y después; en ese instante la esposa me regala una botella de GEL para desinfectarme las manos.
Retomo el Rosario, camino hasta el cruce por la avenida Echenique que me lleva directo a la Catedral, veo ya aparecer el campanario. Hay dos gasolineras uno tras otro, pero sin clientes, me da tristeza. Un saludo a dos empleados que están charlando tranquilos y desempleados. En el semáforo en lugar de autos, veo en la pista dos palomas moviéndose lentamente, ellos son las dueñas. Una ambulancia está parada en la clínica San Pedro que solo acoge a los enfermos del covid. Un breve saludo y una señal de la cruz; a una distancia correcta; para el vigilante y tres enfermeras.
Camino y rezo, pero listo para abrir la billetera porque siempre hay algún pobre también con el toque de queda. Escucho la voz de un hombre que me llama desde la terraza, gritando: “Padre, una bendición para mí”. Es un amigo pescador que ahora se queda sin posibilidad de ir mar adentro.
Así a las 11.40 estoy en la Plaza de Armas, solo, totalmente solo, no hay gente en los bancos y falta la vivacidad, la alegría de cada domingo con el izamiento de banderas y los desfiles. Digo el último Ave María frente a la puerta cerrada de la Catedral. Tengo la llave en mi bolsillo para entrar por atrás.

La Misa con el Obispo

Me saco el sombrero, los lentes, la mascarilla y los guantes para entrar a la iglesia, estoy en mi casa, en mi Catedral.
Mediodía, las campanas tocan las horas y el Ángelus con la melodía de la Virgen de Lourdes. Empezamos con cuatro técnicos del Canal 36 TV HUACHO, un cantor, un monaguillo, tres sacerdotes y el Obispo monseñor Antonio Santarsiero. Solo los sacerdotes están sin mascarilla, pero manteniendo las distancias. ¿Y los fieles? No hay nadie, todos los bancos vacíos... pero sabemos que miles de fieles están listos en sus casas para hacer la Señal de la Cruz con nosotros. Así también es hermoso, todos estamos alrededor del mismo altar. Voz clara y fuerte del Obispo, claro el mensaje de la palabra de Dios, pastosa y solemne la voz de Luis que canta con intensidad: "El Señor es mi pastor, no me hace falta nada". Es el salmo 22 muy adecuado para estos momentos de pánico, para renovar nuestras fuerzas en aguas claras. En el sermón la invitación para caminar con Jesús, escuchar su voz unida a la de quien nos recomienda quedarnos en casa, ser disciplinados. Murió un médico huachano en un hospital del Amazonas. Veamos a la Virgen que prometió la paz, en la Primera Guerra Mundial y ahora contra este terrible e invisible enemigo. De vez en cuando el Obispo levantaba los ojos de la hoja como para mirar a las madres en sus hogares, en su día del Día de la Madre.
El momento central siempre es el de la Consagración. Me acerco al altar, extiendo mi mano y con el Obispo silabeo las palabras llenas de misterio y vida: "Este es mi cuerpo". En el cáliz veo dentro de todo el mundo luchando y esperando, unido a la sangre de Cristo.
En el momento del Padre Nuestro, me parece sentir la voz de los niños rezando en casa con las abuelas. La paz a distancia física sigue siendo una señal de unión con todos, con una sonrisa. En la Comunión se presentan el monaguillo y dos técnicos que bajan la mascarilla y reciben la Ostia en sus manos cubiertas por los guantes. La oración de la Comunión espiritual se pronuncia de manera clara y lenta para los 10.000 que nos siguen con la televisión, Facebook y radio.
Al lado del altar hoy está la Virgen de Fátima con los tres pastorcitos que reciben el homenaje del Obispo mientras levanta la mirada diciendo el Ave María, inmediatamente acompañado por el canto: " El 13 de mayo la Virgen María apareció en Cova de Iría... Aquí en Perú esta canción a la Virgen es tan popular como para competir con el himno nacional. Con un renovado saludo a todas las mamás del mundo, una invitación a la paciencia en vivir la cuarentena y un seguro que pronto se abrirán las iglesias, el Obispo envía la bendición hasta las fronteras más lejanas de la Diócesis.

Regreso a la clausura

También para mi vale el deseo "Vayan en paz", aquí no me puedo quedar, vuelvo a ponerme la mascarilla, guantes, lentes y sombrero y me voy a casa, más ligero por pasar una hora con Jesús y con mis feligreses, aunque aún invisibles. Tomando el rosario para rezar, pero ahora me distraen tres chicos que están pasando rápido por la plaza, sin mascarillas y guantes.
Fingen que se levantan la camiseta como para cubrirse la boca y corren con un: "Hola, padre". Nadie los detuvo. De nuevo me paro frente a la puerta central de la Catedral para agradecer la Misa mientras levanto la mirada hacia las tres torres con San Miguel, el Ángel con la trompeta del juicio final y San Rafael. Camino siempre por el centro de la vía pública, tranquilo, pero desde una puerta entrecerrada alguien me ve y casi grita: " Padre denos una bendición". Es un anciano simpático, un amigo desde hace años. Ni siquiera 50 metros más adelante escucho gritar: "¡Es el padre, es el padre!" Miro por ahí y en la ventana del cuarto piso veo a un niño contento, emocionado con su voz que también sacude a la mamá y abuela al tercer piso. Qué sorpresa, los conozco bien, algún intercambio de palabras cuando la abuela - que acaba de seguir nuestra Misa en la televisión - expresa su tristeza porque no puede dar su ofrenda a la iglesia, el Diezmo - la décima - como todos los meses. Fe y obras para los pobres.
Retomo el Rosario, pero estoy distraído pensando en qué cocinar hoy, tengo que prepararme el almuerzo. Pasa la policía y me saluda. Pasa una moto con el balón de gas para alguna familia que se ha quedado sin ella, pasa un carro con el chofer que me reconoce, me saluda e inmediatamente hace un frenado brusco: "¿Padre a dónde va? Yo lo llevo". Gracias, es mi paseo a pie, me hace bien para la salud. Acelero el paso, hace calor, no me quedo en la secretaria parroquial para obtener actualizaciones (casi siempre dolorosas). Pero un desvío es necesario para al menos dar una bendición desde la calle y hablar un momento con el vigilante de mi otro hospital de Salud. Aquí también casi todo por el Covid con enfermos graves y un muerto.
Quiero permanecer unos segundos para agradecer a la familia que en la ida me regaló el Gel desinfectante, tan grato para la sacristía. A mis espaldas escucho la voz de un niño, doy la vuelta y veo que él también por la ventana grita alegre: "¡Es el padre, mamá!" Inmediatamente aparece mamá, pero luego desaparece con su celular. Mientras tanto, se soluciona el tema de mi almuerzo porque la señora del Gel esta vez me quiere dar un plato ya listo para llevar a casa. No me niego, de hecho, me siento conmovido por participar así en su Día de la Madre. Pero las sorpresas no terminaron, escucho un canto a la Virgen: " Tú eres mi madre, tu eres mi amor...” Viene del celular de la madre del niño en la ventana, ¡qué delicadeza! Y a sus espaldas aparece el hermanito que espontáneamente me dice: "Padre, te quiero mucho". Ya no puedo decir el rosario, mis manos están ocupadas con el plato caliente del almuerzo que huele a asado.
Para llegar a casa, no falta mucho. Siempre le mando una bendición desde la calle a dos enfermeras del hospital y luego veo una pequeña farmacia abierta, realmente necesito una medicina, ahí la encuentro.
Llegué, abro la reja, desinfecto los zapatos en una alfombra impregnada con cloro, dejo los zapatos fuera de casa, me quito la mascarilla y guantes para lavarme las manos con jabón líquido durante 20 segundos. ¡Estoy sin virus! Puedo disfrutar del almuerzo con una costilla de cerdo muy exquisita.
La caminata en el desierto de la ciudad me hizo bien, puedo enfrentar sereno otra semana de clausura, pero también tengo que encontrar una manera de ayudar a los que sufren y luchan también por el hambre.

Pucallpa, bandera blanca

Qué cosa quiere decir vivir un día, dos o quizás cuantos, sin poder comer al menos lo necesario. Veo pasar por la calle una moto taxi con una bandera blanca y pienso en una emergencia sanitaria, la que te permite de sonar el claxon y atravesar la calle en rojo. Después veo la misma bandera blanca expuesta en una casa. Normalmente la leo como “nos rendimos”, no lo lograremos, hemos perdido la batalla. Hoy por el contrario quiere decir que allí hay una familia con hambre. Realmente no sería necesario de exponer una bandera para declarar una realidad obvia, típica de las periferias del mundo, habituarse a vivir el día, alegrándose con poco. Junto a estas situaciones, hago notar que hay todavía algunos que organizan sus tardes y noches a base de cerveza, quizás con música que disturba la quietud publica y rompe la regla de la cuarentena. Quizás son aquellos que siempre vienen a decir “no tenemos dinero, no tenemos nada, tenemos hambre”.

La respuesta solidaria está en las bolsas de víveres, pequeñas, medias, o grandes, que quizás sean de marca, firmadas por algún político o personaje de turno, que quiere hacer conocer su generosidad, o esto tal vez estimule la competición, una carrera para ver quién da más, por el contrario la marca es la discreción ,el gesto gratuito que no tiene necesidad de otros comentarios, quizás con un valor agregado de la ternura. Leo los informes que el número de las familias en pobreza o extrema pobreza oscilan sobre los 30,000, antes de la cuarentena. Hoy ciertamente son más. Nos encontramos contando aquello que tenemos. 5 panes y 2 pescados. ¿Qué es esto para tanta gente?

Don Antonio Colombo

Huacho, 18 mayo 2020